El refugio de la castidad

Publicado el 03/11/2021

Monseñor João Clá Dias.

Durante su adolescencia, la convivencia con los primos, en su mayoría mayores que él, desveló ante la mirada inmaculada de San José la fealdad de un pecado hacia el que jamás experimentó la menor inclinación de la voluntad o de la sensibilidad: la impureza.

En aquel tiempo, la inmoralidad se extendía entre los judíos de modo encubierto, pero no menos diabólico. En cierto momento, por envidia hacia José, aquellos niños decidieron perderlo e instigados por el demonio procuraron tratar de temas indecentes en su presencia.

San José era de una pureza incomparable, no habiendo en los Cielos un Ángel que se pueda asemejar a él. [1] Por eso, tan pronto como notaba las primeras insinuaciones, se retiraba del ambiente. Pero sus primos, insistentes e insidiosos, comenzaron a seguirle. Como ellos sabían cuál era la colina que solía frecuentar, vio que no le convenía quedarse sólo por allí, por el riesgo de que le preparasen alguna ocasión de pecado.

Fue entonces cuando encontró otro lugar, cerca de Belén, donde podía contemplar el cielo, estar a solas con Dios y evitar cualquier ataque contra su pureza. Aquel nuevo sitio fue para San José el refugio de la castidad. Era un pequeño conjunto de cuevas, más o menos espaciosas, en las que podía desahogar su corazón con Dios, implorándole que pusiera fin a la situación lamentable, no sólo de sus primos, sino de buena parte del pueblo elegido. Allí, pues, suplicaba al Divino Vengador que hiciera cesar las ofensas contra su suprema majestad.

¿Por qué tardaba tanto el Mesías que debía restaurar todas las cosas? Entonces, le vino a la mente un fragmento del profeta Malaquías: «Es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero» (Mal 3, 2). Y anhelaba la venida de Aquel que destruiría el reino del pecado y renovaría la faz de la tierra.

Años más tarde, cuando la Sagrada Familia subió a Belén para el censo de César Augusto y San José se dio cuenta de que no podía llevar a María a un alojamiento cualquiera, el primer lugar que le vino a la memoria ante el inminente nacimiento de Jesús fue el «refugio de la castidad». De hecho, era éste el lugar adecuado, donde el Hijo de Dios podía venir al mundo con la discreción y el recato necesarios. Fue también el único lugar digno de hospedar a los Esposos vírgenes en cuyo seno nacería, por obra del Espíritu Santo, el Virgen por excelencia, pues allí jamás se había cometido pecado alguno.

Tomado de la obra, San José ¿Quién lo conoce?, p.62-65

Para ir al Capítulo 3 de esta Historia, haga clic aquí

Para ir al Capítulo 5 de esta Historia, haga clic aquí

Notas:
[1] El P. Suárez afirma que San José, para ejercer el altísimo oficio que le había sido confia- do por la Providencia, debía de tener suma pureza y santidad. Y esta última se prueba «por- que ya antes de contraer matrimonio con la Virgen era varón justo y perfecto, como constatanto por las palabras de San Mateo: José, su esposo, como era justo, cuanto por los santos e historias que antes citamos; pues unos y otras refieren que, por la elevadísima opinión de santidad de que San José gozaba, se le tuvo por idóneo para que se le confiara la guarda de la virginidad de María, y esto no sin especial inspiración del Espíritu Santo; y, por último, consta lo mismo porque hasta aquellos desposorios conservó íntegra su virginidad y castidad, que luego consagró a Dios unidas a la castidad y virginidad de su esposa; y no se pue- de dudar que después de desposarse con la Virgen Santísima creció de un modo maravilloso en virtud y santidad, viviendo como vivía en la tierra vida del cielo» (SUÁREZ, SJ, Francisco. Misterios de la vida de Cristo. Disp. VIII, sec. 2, n.o 1. In: Obras. Madrid: BAC, 1948, t. III, p. 272). También el P. Isolano afirma que «la vida de San José fue virginal en voto, pa- labras y obras. Hizo, en efecto, voto de virginidad —como se ha dicho—, guardándole con la mayor pureza de palabra y de obra. Su conversación asidua era con la Virgen Santísima, cuya pureza alcanzó el límite más sublime. […] La Santísima Virgen y San José parecen te- ner también una pureza semejante, pues sus cuerpos estaban limpios, iluminados por la virginidad; sus almas eran santas; sus costumbres estaban igualadas por la mutua caridad; sus deseos y sus obras eran por Cristo y con Cristo; su dignidad, ser madre de Cristo y padre pu- tativo, respectivamente. […] José, sol que deslumbra por su blanquísima pureza: que mereció llamarse padre del Hijo de Dios y ser esposo de su Madre, la Virgen Santísima, y que ofuscó con la claridad de su alma el brillo de los demás santos, llegando casi a igualar la intacta pureza de su esposa» (ISOLANO, op. cit., P.1.a, c.16, p. 429; P.3.a, c.11, p. 562-563).

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->