La ley del amor

Publicado el 03/10/2023

Vengo a enseñarte lo que es mi ley y lo que es mi Corazón que te la da, este Corazón al que no conoces y al que tantas veces persigues. Tú me buscas para darme la muerte y Yo te busco para darte la vida. ¿Cuál de los dos triunfará? ¿Será tu corazón tan duro que resista al que ha dado su propia vida y su amor.

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Sagrado Corazón de Jesús

Lo que necesitas, no lo encontrarás acá… Necesitas paz; no la paz del mundo, si no la de los hijos de Dios. Y, ¿cómo la hallarás en la rebelión?

Yo te diré dónde serás feliz, dónde hallarás la paz, dónde apagarás esa sed que hace tanto tiempo te devora… No te asustes al oírme decir que la encontrarás en el cumplimiento de mi ley.

Ni te rebeles al oír hablar de ley, pues no es ley de tiranía sino de amor. Si, mi ley es de amor, porque soy tu Padre.

Ya sabes que en el ejército debe haber disciplina y en toda familia bien ordenada, un reglamento. Así, en la gran familia de Jesucristo hay también una ley, pero llena de suavidad y de amor.

Vengo a enseñarte lo que es mi ley y lo que es mi Corazón que te la da, este Corazón al que no conoces y al que tantas veces persigues. Tú me buscas para darme la muerte y Yo te busco para darte la vida. ¿Cuál de los dos triunfará? ¿Será tu corazón tan duro que resista al que ha dado su propia vida y su amor.

En la familia los hijos llevan el apellido de su padre; así se les reconoce.

Del mismo modo mis hijos llevan el nombre de cristianos, que se les da al administrarles el Bautismo. Has recibido este nombre, eres hijo mío y como tal tienes derecho a todos los bienes de tu Padre.

Sé que no me conoces, que no me amas, antes por el contrario, me odias y me persigues. Pero Yo, te amo con amor infinito y quiero darte parte en la herencia a la que tienes derecho.

Escucha, pues, lo que debes hacer para adquirirla: creer en mi amor y en mi misericordia. Tú me has ofendido, Yo te perdono. Tú me has perseguido, Yo te amo. Tú me has herido de palabra y de obra, Yo quiero hacerte bien y abrirte mis tesoros.

No creas que ignoro cómo has vivido hasta aquí; sé que has despreciado mis gracias, y tal vez profanado mis Sacramentos. Pero te perdono. Y desde ahora si quieres vivir feliz en la tierra y asegurar tu eternidad, haz lo que voy a decirte.

¿Eres pobre? Cumple con sumisión el trabajo a que estás obligado sabiendo que Yo viví treinta años sometido a la misma ley que tú, porque era también pobre, muy pobre.

No veas en tus jefes unos tiranos. No alimentes sentimientos de odio hacia ellos; no les desees mal; haz cuanto puedas para acrecentar sus intereses y sé fiel.

¿Eres rico? ¿Tienes a tu cargo obreros, servidores? No los explotes. Remunera justamente su trabajo; ámalos, trátalos con dulzura y con bondad.

Si tú tienes un alma inmortal, ellos también. No olvides que los bienes que se te han dado no son únicamente para tu bienestar y recreo, sino para que, administrándolos con prudencia, puedas ejercer la caridad con el prójimo.

Cuando ricos y pobres hayáis acatado la ley del trabajo, reconoced con humildad la existencia de un Ser que está sobre todo lo creado y que es al mismo tiempo vuestro Padre y vuestro Dios.

Como Dios, exige que cumpláis su divina ley. Como padre os pide que os sometáis a sus mandamientos.

Así, cuando hayáis consagrado toda la semana al trabajo, a los negocios y aun a lícitos recreos, pide que le deis siquiera media hora, para cumplir «su precepto». ¿Es exigir demasiado?

Id, pues, a su casa, a la Iglesia, donde El os espera de día y de noche: el domingo y los días festivos dadle media hora asistiendo al misterio de amor y de misericordia, a la Santa Misa.

Allí habladle de todo cuanto os interesa, de vuestros hijos, de la familia, de los negocios, de vuestros deseos, dificultades y sufrimientos. ¿Si supierais con cuánto amor os escucha!

Me dirás, quizá: —Yo no sé oír Misa, ¡hace tantos años que no he pisado la iglesia!— No te apures por esto. Ven; pasa esa media hora a mis pies, sencillamente. Deja que tu conciencia te diga lo que debes hacer; no cierres los oídos a su voz. Abre con humildad tu alma a la gracia, ella te hablará y obrará en ti, indicandote cómo debes portarte en cada momento, en cada circunstancia de tu vida; con la familia, en los negocios; de qué modo tienes que educar a tus hijos, amar a tus inferiores, respetar a tus superiores.

Te dirá, tal vez, que es preciso abandones tal empresa, tal negocio, que rompas aquella amistad… Que te alejes con energía de aquella reunión peligrosa… Te indicará que a tal persona, la odias sin motivo, y, en cambio, debe dejar el trato de otra que amas y cuyos consejos no debes seguir.

Comienza a hacerlo así, y verás, cómo, poco a poco, la cadena de mis gracias se va extendiendo; pues en el bien como en el mal, una vez que se empiezan las obras se suceden unas a otras, como los eslabones de una cadena.

Si hoy dejas que la gracia te hable y obre en ti, mañana la oirás mejor; después mejor; después mejor aún, y así de día en día la luz irá creciendo: tendrás paz y te prepararás tu felicidad eterna.

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Palabras del Sagrado Corazón de Jesús a Sor Josefa Menéndez, religiosa de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús, dadas en Poitiers, Francia, 1923.

Tomado del libro Un llamamiento al amor; pp. 62-65

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