Obediencia, respeto y gratitud al confesor

Publicado el 05/30/2023

El confesor nunca abre la boca sobre aquello que le es confiado en la confesión, ni sobre las respuestas que da a los penitentes, quienes por su vez no deben hablar de lo que ellos mismos le dicen al confesor ni de lo que él les dice.

Padre Luis Chiavarino

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Discípulo¿Padre, y usted no dice nada de la obediencia que debemos tener al confesor?

MaestroLa obediencia al confesor es una virtud tan necesaria para el provecho del alma, que si falla o es defectuosa, todos los esfuerzos serán inútiles. La obediencia, dice San José Cafasso, no conoce ni infierno ni purgatorio, sino únicamente el paraíso.

Discípulo ¿En qué consiste esa obediencia?

Maestro — Consiste en estar sinceramente dispuesto a hacer y omitir todo y prontamente lo que el confesor mande.

Discípulo¡Es tan fácil decirlo! ¿Pero qué sucede cuando no lo conseguimos?

MaestroEn cuanto a conseguirlo, esto es cuestión de tiempo y depende de la gracia de Dios, quien le dará su auxilio en proporción a los esfuerzos y a la obediencia de cada uno. ¡Nadie queda santo en un día! El confesor sabe de esto y no pierde el coraje a pesar de las caídas repetidas, y está seguro que dentro de un cierto tiempo – más o menos breve – él y el penitente serán consolados por el éxito más satisfactorio. ¿Te acuerdas que San Felipe Neri trabajó durante más de un año con el alma de aquel joven sujeto a pecados de impureza y consiguió curarlo enteramente y hacer de él un ángel de pureza, solamente con la imposición de que volviera a confesarse después de cada recaída?

Discípulo ¡Lo recuerdo muy bien! ¿Padre, o sea que no conviene quedar disgustado ni desanimarnos cuando no conseguimos inmediatamente tal grado de obediencia al confesor?

MaestroAl contrario; conviene humillarse siempre y renovar llenos de confianza nuestros buenos propósitos. Esta es la historia de casi todos los santos célebres que al fin y al cabo eran hechos de carne y hueso como nosotros y sujetos a las mismas miserias.

Discípulo¿Padre, es posible encontrar almas dóciles como niños para con el confesor?

Maestro Es posible encontrarlas y no son pocas, estas almas desearían que su conciencia fuese como un libro siempre abierto y un espejo siempre terso en las manos del confesor, para que él pudiese tenerlo y ver claramente en ellas.

Lejos de temer que las conozcan demasiado, tienen miedo más bien de lo contrario, de no saberse revelar cuanto es necesario, pero hacen eso sin intranquilidad ni escrúpulos. Con estas almas basta un sí o un no, una única palabra y ellas se fían en el criterio del confesor, siempre dispuestas a creerle y obedecerle en todo con prontitud.

Discípulo¡Cuán grande no será la alegría del confesor cuando encuentra almas dóciles y obedientes!, ¿verdad?

Maestro — Ellas son como místicos oasis en medio de su trabajo duro y monótono, sin las cuales, decía el Santo Cura de Ars, él no podría soportar su vida, prácticamente dedicada a confesar.

Discípulo ¿Pero tales resultados requieren de un largo tiempo?

MaestroPara las almas constantes y de buena voluntad, bastan pocos meses o incluso pocas semanas. Lo contrario sucede con las almas que aunque siendo buenas y bien intencionadas son cegadas por el amor propio y obstinadas en sus ideales. Con tales almas se obtiene el mismo resultado que conseguiría un profesos cuando tiene que repetir todos los días las mismas cosas a los alumnos sin ningún provecho

Discípulo¿Cuáles son esas almas tan poco afortunadas?

MaestroSon las que, aunque siendo capaces de abrirse al confesor no son dóciles y sencillas. Son aquellas que discuten frecuentemente con él, para desviar la conversación. Son las que exigen argumentaciones más persuasivas, sermoncitos elegantes para acabar concluyendo lo que a ellas bien les parezca.

He aquí una muestra de ciertos diálogos, no muy raros lamentablemente, durante los cuales el confesor es duramente probado:

Una señora se acusaba de ser un tanto arrogante y soberbia con su marido, así como de discutir frecuentemente con él, no buscando agradarlo y de incluso responderle con malas maneras, etc.

El confesor buscaba persuadirla de que una esposa debe ser humilde, paciente, dócil y sumisa.

A fin de cuentas el hombre es el padre de la familia

A lo que ella respondía prontamente:

Está bien, lo entiendo, pero la mujer es la madre.

El hombre debe ser el rey.

Sí Padre, pero la mujer debe ser la reina.

El hombre debe ser la “corona”.

Sí, Padre, pero la mujer debe ser la cruz encima de la corona.

Maestro ¿Ahora, dime que es lo que se puede conseguir de tales penitente?

DiscípuloPadre, esa mujer o está loca o entonces es bien arrogante.

Maestro Debemos tener para con el confesor tres cosas importantísimas: respeto, caridad y gratitud. Y, antes de todo, respeto y caridad, ya sea en cuanto al secreto de confesión, o ya sea con nuestras oraciones por su ministerio.

Discípulo¿Que vienen a ser el respeto y caridad en relación al secreto de confesión?

Maestro Es decir, que así como el confesor está unido con el más inviolable silencio en torno de los secretos que le son confiados, el penitente por su vez, debe tener también una cierta correspondencia. Todo lo que sucede entre el confesor y el penitente forma un todo sacramental con el Sacramento de la Penitencia y todo lo que dice respecto a la confesión merece estima, respeto y veneración. Aquí se trata de la íntima relación con el representante de Jesucristo y el rebajar ese relacionamiento al nivel de las relaciones humanas es una verdadera profanación.

Discípulo ¿ Padre, entonces no queda bien y no se puede hablar de las cosas oídas en el confesionario?

Maestro ¡No queda bien ni se puede! Todo lo que un confesor dice a un alma , después que ésta acusa sus pecados, son un alimento y un remedio preparado grano a grano, gota a gota para ella y no es lícito disiparlo y hacer de tal remedio materia de conversaciones. El confesor nunca abre la boca sobre aquello que le es confiado en la confesión, ni sobre las respuestas que da a los penitentes, quienes por su vez no deben hablar de lo que ellos mismos le dicen al confesor ni de lo que él les dice.

Discípulo ¿Cuáles son las consecuencias que trae el hábito de hablar de tales cosas?

Maestro — Puede traer consecuencias muy funestas:

1) Puede ser causa de malentendidos, esto es, hacer creer que el confesor dijo lo que él jamás pensó en decir.

2) Puede crear para confesor situaciones bochornosas en la dirección de las almas, debiendo ocuparse uno por uno de los penitentes, sin andar preocupado con otras personas

3) Puede faltar a la caridad para con el confesor, que no tiene en vista sino la mayor gloria de Dios y la salud de las almas.

4) Puede ser nocivo al propio provecho y al de los demás, creando rivalidades, envidias y antipatías, incluso puede hacer nacer sospechas sin fundamente en la mente de algunos que teniendo el corazón lleno de lama, no saben valorar las cosas santas. ¡Oh, cuántos por la ligereza de sus lenguas comprometen el respeto debido al sacerdote y al sacramento. Ellos repiten las palabras, los avisos, las interrogaciones del confesor, pero separando del resto de la conversación aquellas palabras que las hacían necesarias, dándoles así un sentido enteramente diferente del que tales palabras tenían en la confesión, convirtiéndose así en unos falsos y mentiroso!

¡Qué responsabilidad delante de Dios… Por lo tanto, adoptemos la regla inflexible de no hablar ni poco ni mucho de las cosas de la confesión. Si tú supieras cuántos disgustos y cuántas humillaciones causaron al Santo Cura de Ars, unas devotas de falsa conciencia y de falsa piedad!

Discípulo¿Y los que hablan de su confesor para criticarlo o para elogiarlo?

MaestroÉstos también hacen mal. Debemos dejarlo velado en su confesionario donde Jesucristo lo escondió. Si lo tienen como un verdadero padre, acepten sus consejos y practíquenlos; si por el contrario creen que él no posea todas las cualidades que ustedes desearían encontrar en él, no solo pueden, sino que deben abandonarlo para buscar otro más de acuerdo con sus ideales sublimes

Discípulo¿Y qué me dice, Padre, de los que andan cambiando frecuentemente de confesor en el intento de encontrar uno mejor?

MaestroTe digo que tales personas son el martirio de los pobres confesores. A tales personas llegan a impacientarlo todos sus confesores, uno por uno, continuando así, siempre en la práctica de la propia voluntad y de los propios hábitos y defectos.

Podemos aplicarles las palabras del Arzobispo de París, hablando de una abadesa que acabó abandonando el convento, convirtiéndose en jansenista: “Era el tipo más completo de esas vírgenes que siendo puras como ángeles, son orgullosas como demonios”.

Estas personas hacen como ciertos tipos buscapleitos que en busca de un abogado que les dé la razón, causan su propia ruina o como muchos enfermos crónicos incurables que buscan un médico que piadosamente los sane.

Discípulo¿Padre, usted dice que debemos gratitud al conferor; de qué manera?

Maestro — Francamente, si hay quien merezca todo nuestro reconocimiento por la calidad y el número de beneficios que nos trae, esa persona es el confesor, el cual, por el puro deber de su ministerio sagrado, gratuitamente sacrifica sus comodidades, sus propios intereses y todo su ser en beneficio y provecho de nuestras almas, esperando únicamente de Dios su recompensa.

Lo único que Dios nos pide son la gratitud y nuestras oraciones por él mientras viva e incluso después de su muerte.

Discípulo — Por lo tanto, debemos rendirle al confesor todo nuestro reconocimiento, pero sin nada de apego, no es así, Padre ?

MaestroObediencia, respeto y gratitud pero sin ningún apego. Al contrario, debemos poner de lado todo lo que pueda haber de imperfecto en las relaciones humanas. Las partes sobrenaturales no tienen nada en común con los lastres mundanos de la tierra.

Tomado del libro, Confesaos bien; pp. 61-63

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