Otros efectos admirables de la confesión

Publicado el 11/13/2022

La confesión es todavía un tesoro muy escondido para muchos y un beneficio ignorado no pocas veces. Sin embargo, hasta aquí hemos considerado solamente una parte de los enormes beneficios que la confesión trae consigo.

Padre Luis Chiavarino

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Discípulo — Padre, todas las cosas tan bellas que usted dijo acerca de la confesión se refieren solo a quienes están sujetos a cometer pecados mortales, ¿Pero, el que solo comete pecados veniales se vería libre de la confesión?

Maestro — La confesión es sumamente útil también para quienes solamente cometen pecados veniales, porque aunque en estos casos ella no es indispensable para obtener el perdón, la confesión siempre es el mejor medio para apagar las faltas.

Discípulo — Discúlpeme, Padre, pero hay otros medios para borrar los pecados veniales: las oraciones, las limosnas, el agua bendita por ejemplo.

MaestroEs verdad; y estos remedios se llaman “sacramentales”, pero operan solamente ex opere operantis, o sea, en la medida, casi siempre bien diminuta de la devoción de quien los recibe, mientras que la confesión opera ex opere operato, esto es, por sí misma, en virtud de los méritos de Jesucristo, por esta razón apaga todas las faltas de un modo más seguro.

Discípulo — ¿Entonces, también en lo que dice respecto a los pecados veniales, la confesión es la cura más segura?

MaestroAsí es. Y no solo eso: la confesión no solamente borra los pecados y nos da la vida eterna, sino también nos perdona toda o parte de la pena temporal que aun nos quede.

Discípulo — ¿De verdad?

Maestro — Esto es verdad de fe y por consiguiente debemos creerlo sin dudar. Sí, la confesión borra cada vez una, dos, tres y quién sabe cuántas páginas de la pena temporal, que puede ser completamente agotada; es justamente lo que nos enseña Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia: “Cuanto más nos confesamos, tanto mayor es la porción de la pena redimida…” por lo cual puede suceder que a fuerza de confesarnos, nos sea perdonada toda y cualquier pena.

Discípulo — Padre, pero entonces esta es la indulgencia de las indulgencias

Maestro — Así mismo, esta es la indulgencia de las indulgencias para los que no nos gustan las penitencias y que por eso corremos el riesgo de llegar a la muerte aún con toda o casi toda la pena temporal para ser descontada entonces en las llamas terribles del purgatorio.

Saldemos pues nuestras cuentas con la Justicia Divina mientras estamos a tiempo mediante la confesión frecuente.

Se cuenta que dos religiosas muy devotas de las almas del purgatorio, habían prometido la una a la otra, que la sobreviviente haría abundantes oraciones por la que muriera antes.

Después de la muerte de una de ellas, la otra, fiel a la promesa, se entregó totalmente a la oración, a la penitencia y al ayuno por el alma de la compañera. Pero, cuál no fue su sorpresa cuando al tercer día después del entierro, la muerta se le apareció con el semblante sereno y sonriente y le dijo:

¡No se aflija por mí; ya he pagado todo!

¿De qué modo?

Con las confesiones frecuentes y sinceras hechas durante la vida.

Se cuenta también el hecho de un religioso que habiendo muerto repentinamente, dejó a sus hermanos muy aprensivos, con mucho miedo por lo que pudiera suceder con su alma.

Inmediatamente, el superior dio órdenes para que se hicieran por el difunto grandes sufragios y se celebraran muchas Misas. Al cabo de pocos días, se le apareció a un hermano y le dijo

Hermano Bernardo, Hermano Bernardo, diga al Padre que ahora llega a celebrar la Misa por mí, que estoy en el Cielo, pues durante la vida derramé con frecuencia muchas lágrimas a los pies del confesor.

Discípulo — Todas estas cosas me convencen y aumentan mi amor a la confesión frecuente.

Maestro — ¡Si así fuese también con los otros!… La confesión es todavía un tesoro muy escondido para muchos y un beneficio ignorado no pocas veces. Sin embargo, hasta aquí hemos considerado solamente una parte de los enormes beneficios que la confesión trae consigo. Hay muchos otros aún innegablemente superiores.

Discípulo — ¡Padre, continuemos explorando esta mina de oro y piedras preciosas que no conocía!

Maestro — La confesión es el Sacramento Milagro, el mayor remedio; pues bien, ese remedio no solo destruye el pecado y libra al alma de la enfermedad, sino que trae también las mayores ventajas. Antes de todo, restituye los bienes perdidos con el pecado mortal.

Discípulo ¿Qué es lo que pierde un católico cuando comete un pecado mortal?

MaestroCuando un católico comete un pecado mortal, pierde un patrimonio cuya importancia no hay cifra capaz de expresarla. Pierde “la gracia de Dios”. Esta alma cae muerta, como una paloma herida por el cazador. Pierde “los méritos adquiridos para el Paraíso”.

Queda como una viña abatida y devastada por la tempestad. Pierde la “capacidad de merecer la vida eterna”. Queda como un miserable mutilado, incapaz de ganarse su pan.

Discípulo¿Y con la confesión recuperamos nuevamente la posesión de todos esos bienes?

Maestro Sí, mediante la absolución sacramental recuperamos todo: y para que aquellos que por no tener pecados mortales no “lamenten esas pérdidas”, la misma absolución aumenta mucho el valor y el número de los méritos y de las riquezas que el alma ya posee.

Discípulo — !Sabe, Padre, esto me consuela mucho y me llena el corazón de esperanza!

Maestro — Pobres almas que os debatís en el barro de vuestras culpas, abrid el corazón a la esperanza. Levantad bien alto el corazón,porque mediante esta cura sacramental se os promete que podéis recuperar la belleza e integridad del Bautismo

Es admirable lo que se lee en la biografía de Santa Margarita de Cortona.

Después de su conversión de gran pecadora en ferviente penitente, Jesús empezó a amarla con un amor muy singular, tanto que se le acostumbraba aparecer frecuentemente para instruirla, ampararla y llenarla de alegría. Durante estas bellas apariciones, Él acostumbraba llamarla con el nombre de “pobrecita”. Un día, la santa le preguntó:

¿Señor, por qué me llamáis siempre de “pobrecita”? ¿Cuándo será que te oiré llamarme con el nombre de “hija”

Cuando hayas hecho nuevamente una buena confesión general y dolorosa de todas tus culpas, dijo Jesús.

Bien podemos imaginar que Margarita no tardó en satisfacer al Señor. Se preparó haciendo un devoto retiro y un diligente examen de conciencia; se mortificó e hizo su confesión con muchas lágrimas; después de la comunión vio a Jesús que se le apareció cubriéndola con un velo más blanco que la nieve, repitiéndole muchas veces ¡Hija mía! ¡Hija mía!

Así el Señor demuestra cuánto le es agradable la confesión y como realmente Él reviste con “la estola de la gracia bautismal” a quienes que se hacen dignos.

Discípulo ¡Muchas gracias, Padre: siendo así, de ahora en adelante me sumergiré frecuentemente en este baño saludable de la sangre de Jesús, sin prestar atención a las incomodidades y al respeto humano, para que así mi alma retome su inocencia primera!

Maestro — ¡Muy bien! Haz esto y no ceses de inculcar en los otros el amor que cada uno debe tener, no solo por su propia alma, sino también por la salvación de los otros. Jesús te lo recompensará en esta vida y en la otra.

Tomado del libro Confesaos bien, pp. 45-47

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