Nuestros seres queridos, nuestros muertos, Él nos los restituirá transformados, pero siempre semejantes a lo que fueron. Así enjugará nuestras lágrimas por toda la eternidad.
Padre Thomas de Saint-Laurent
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Jesús domina las fuerzas de la naturaleza
En los comienzos de su ministerio apostólico asiste a las Bodas de Caná. Durante el banquete faltó el vino. ¡Qué humillación para la pobre gente que había convidado al Maestro con su Madre y los discípulos! La Virgen María se dio cuenta enseguida del contratiempo; Ella es siempre la primera en darse cuenta de nuestras necesidades y en aliviarlas.
Lanza al Hijo una mirada de súplica; le hace en voz baja un corto pedido. María conoce su poder y su amor. ¡Y Jesús, que nada sabe rehusarle, transforma el agua en vino!… Este fue su primer milagro.
En otra ocasión, una tarde, para evitar la multitud que le asalta y comprime, el Maestro atraviesa en barca con los discípulos el Mar de Galilea.
Mientras navegan se levanta un huracán, se desata la tempestad, las grandes olas crecen y se deshacen ruidosamente. El agua inunda la toldilla; la embarcación se va a hundir.
Él, fatigado de la dura faena, duerme en la popa con su divina cabeza apoyada sobre el cordaje. Los discípulos aterrorizados le despiertan gritando: “¡Señor, Señor, sálvanos que perecemos!…” (Mt. 8, 25). Entonces, el Salvador se levanta; habla al viento; dice al mar enfurecido: “¡Silencio, cálmate!” ¡Instantáneamente, todo se calmó! Los testigos de esa escena se preguntan con asombro: “¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?”
Jesús cura a los enfermos
Muchos ciegos se acercan a tientas hasta Él; claman ante Él su infortunio: “¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!” (Mt. 9, 27). El Maestro les toca los ojos, y ese contacto divino los abre a la luz.
Le traen a un sordomudo, pidiéndole que le imponga las manos. El Salvador atiende a ese deseo, y la boca del hombre habla y sus oídos oyen.
Un día, encuentra en el camino a diez leprosos. El leproso es un exiliado de la sociedad humana; lo echan de las aglomeraciones; se evita su trato por miedo al contagio; todos se alejan con horror de su podredumbre … Los diez leprosos ni osan acercarse a Nuestro Señor… Se quedan lejos. Pero, reuniendo las pocas fuerzas dejadas por la molestia, gritan a distancia: “¡Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros!”… Jesús, que debía ser en la Cruz el gran leproso, que debía ser en la Eucaristía el abandonado, se conmueve con esa miseria: “Id y mostraos a los sacerdotes” (Lc. 17, 13-14), les dice.
Y mientras los infelices caminan para ejecutar las órdenes del Maestro… ¡se sienten curados!
Jesús resucita a los muertos
Son tres los que Él hace volver a la vida. Y también por el más maravilloso de los prodigios, después de morir en las ignominias del Gólgota, después de haber sido depositado en el sepulcro, Él se resucita a sí mismo en la madrugada del tercer día
Nuestros seres queridos, nuestros muertos, Él nos los restituirá transformados, pero siempre semejantes a lo que fueron. Así enjugará nuestras lágrimas por toda la eternidad. Entonces, no habrá más llanto, ni ausencia, ni luto, porque habrá terminado la era de nuestra miseria.
Tomado del Libro de la Confianza, Cap. V, pp. 55-58