Visión de conjunto del verum, bonum y pulchrum

Publicado el 08/09/2022

La Edad Media tendía a pulcritudes que se fundirían en un solo orden grandioso, apuntando al Reino de María. El Humanismo procuró provocar sensaciones meramente sensibles y fragmentadas, prometiendo al hombre una falsa felicidad en esta tierra. De ese concepto errado de felicidad deriva todo el desmoronamiento tortuoso en el cual se precipitó el mundo contemporáneo.

Plinio Corrêa de Oliveira

Un hombre privado enteramente de cualquier forma de pulchrum, incluso de los más modestos, perecería primero deformándose, después languideciendo en su personalidad. Llevaría una vida tan arrastrada, tan difícil, tan inconveniente de ser vivida que equivaldría casi a una muerte.

El hombre tiene necesidad de pulchrum

Prisión de Luis XVII

Se puede entender eso bien imaginando lo que se cuenta respecto al Delfín de Luis XVI y María Antonieta, en la prisión del Temple. Encerrado, sin limpiarse nunca, sin lavarse, no teniendo aire libre, perpetuamente en la oscuridad, sin interlocutores, recibiendo la alimentación –se puede imaginar qué comida y qué bebida…– por medio de uno de esos tornos junto a una puerta, y el resto del tiempo completamente aislado.

Era un ente completamente privado de pulchrum. Se diría que lo más terrible era estar privado del afecto paterno y materno. Eso es evidente, y es nocivo en el más alto grado. Sin embargo, aunque recibiese demostraciones de ese amor, si él no tuviera algún contacto con una realidad sensible bella, por ejemplo, si jamás viera al padre y a la madre –únicamente había sabido de notas que le mandaban, porque tenían prohibición de entrar–, él tendría la noción de la perseverancia del afecto de sus padres, pero eso no bastaría. Necesitaría tener algo bello.

Absolutamente hablando, la necesidad del pulchrum no es como la del aire, sin el cual la persona muere, sino que es la que conduce a una situación casi intermedia entre el estar vivo y el estar muerto.

En el campo doctrinario, están aquellos que, al enseñar el tomismo, aunque no lo afirmen claramente, insinúan que para comprender bien el pensamiento de Santo Tomás es necesario apartar el pulchrum de cualquier pensamiento y ponerse en una actitud donde sólo entra el raciocinio. Eso es completamente falso y anti-tomista.

Todo lo que es verdaderamente bello favorece a la virtud

El encanto de María Antonieta cautivó al pueblo francés desde el primer instante de su llegada a Francia

El trecho sobre María Antonieta del historiador inglés Edmund Burke, que tuvimos ocasión de comentar1, tiene una belleza innegable. Sin embargo, se trata de un pulchrum moral.

Todo aquello que es auténticamente bello, de por sí favorece a la virtud. No me refiero, claro, a una obra de arte estéticamente bonita pero inmoral, la cual en sus detalles puede despertar lubricidad. Esa es otra cuestión. Pero si una obra de arte es verdaderamente bella, despierta la pureza, porque la inocencia se complace con la belleza.

El pulchrum moral de la Contra-Revolución está en el hecho de que todo cuanto ella dice y quiere, los caminos recorridos por ella tienen un aspecto de belleza, de lo contrario no sería Contra-Revolución. Sin embargo, la naturaleza de esa belleza varía mucho. Por ejemplo, Godofredo de Bouillon escalando las murallas de Jerusalén, conquistando la ciudad y dirigiéndose al Santo Sepulcro, seguido por sus guerreros, tiene una belleza de estremecer. Es una acción de carácter religioso-moral, tanto más moral cuanto es religiosa, y posee un pulchrum doble: es la belleza del establecimiento de un orden y de la destrucción del desorden que se oponía a ese orden.

En la Edad Media, el pulchrum no era tomado únicamente en una determinada línea. Me explico tomando como ejemplo un nombre que expresa una cierta idea de pulchrum moral: Ricardo Corazón de León. Me refiero exclusivamente al nombre, pues el personaje no valía nada.

El rugido del león tiene su majestad, su belleza. Un hombre que se llama Corazón de León da a entender que él quiere tener ese coraje. Y como estaba todavía ligado al ambiente medieval, se piensa en un hombre de la Edad Media que tiene corazón de león. Ahora bien, es muy bonito para un medieval tener corazón de león.

Pero el pulchrum medieval no solo consistía en tomar un concepto así —hombre con corazón de león— sino en una idea sintética de la colaboración de todas las bellezas para la constitución de una resultante de la suma de todas las pulcritudes, a fin de causar al mismo tiempo una impresión única que sería casi una visión sensible de lo bello en cuanto bello, de una belleza metafísica.

Es propiamente lo que el medieval procuraba, por ejemplo, con aquellos vitrales de la Sainte Chapelle. Aquello es una sinfonía de colores donde cada nota tiene su efecto para producir no solamente un bonito lila o rojo en tal pedacito de vidrio; eso existe y tendríamos ganas de mandar hacer una capilla sólo con tonos de aquel rojo o de aquel lila. Sin embargo, lo que queda en el espíritu humano de idea y de sensación viva del pulchrum es lo que resulta de la coexistencia y de la coordinación de todo eso junto.

Sainte Chapelle, París

Se engaña, por lo tanto, quien piensa que son los vitrales lo que hay de más bonito en la Sainte Chapelle. Lo más bello es una especie de “archi-color” aparentemente incoloro allí existente, como si estuviésemos en un líquido compuesto de todos aquellos colores al mismo tiempo. Es lo sublime de la belleza de la Sainte Chapelle.

Orden grandioso que apuntaba hacia el Reino de María

En general, la Edad Media tendía a síntesis gigantescas de esa naturaleza, en que pulcritudes de varios tipos ya constituían de por sí pirámides de bellezas particulares, fundiéndose en un solo orden grandioso que apuntaría a algo —que el medieval no sabía que era, pero que sería el Reino de María— donde todo fuera de una armonía arquetípica, desde la disposición de las calles hasta la plantación de árboles, a la manera del Cielo empíreo, y las personas se sintiesen envueltas por todo eso junto y, degustando anticipadamente el Paraíso, hasta dar un grito de júbilo: “¡Oh belleza! ¡Oh alegría!”

Eso nos da una idea del corazón humano recto que busca, ya en esta Tierra, una forma de felicidad ordenadísima que produce la suma felicidad.

La Revolución —sobre todo en su comienzo naciente al final de la Edad Media, en el Humanismo— procuró provocar sensaciones meramente sensibles y fragmentadas, prometiendo al hombre la felicidad en esta Tierra si él buscase cualquiera de esos placeres aisladamente e hiciese de eso el campo de su felicidad. La promesa era: “¡Goce de eso y de varias cosas así todo lo que quiera, pero no constituya una síntesis, porque la síntesis lo sacará de la realidad!” He ahí la gran mentira. De ese concepto equivocado de felicidad deriva todo el desmoronamiento tortuoso por el cual nos precipitamos hasta donde estamos.

La verdadera felicidad

Batalla de Ascalón en la cual uno de los líderes fue Godofredo de Bouillon

Para el medieval, la noción de felicidad consistiría en la tendencia continua hacia el verum, bonum, pulchrum.

No se puede concebir un hombre que buscara el pulchrum todo el tiempo y no buscara también, en las debidas proporciones, el verum y el bonum, incluso un artista. Evidentemente, él no los buscaría separadamente, sino que tendría la visión de conjunto del verum, bonum y pulchrum de su obra de arte.

Si bien que esa visión global dé la verdadera felicidad en esta Tierra, es necesaria mucha rectitud para que la persona quiera tenerla. Por eso ella horroriza al hombre moderno, pero extasía al verdadero católico, aunque este se encuentre cargado de cruces. Yo casi osaría decir que extasía en el sentido místico de la palabra. Digo eso porque la sed de contemplación y el hecho de encontrarse saciado solamente en la medida en que se realiza la contemplación corresponden a una primera gracia que la persona recibe de un modo germinativo, un primer toque, con la inocencia. El mundo actual está hecho para excitar en el individuo el abandono de eso para lanzarse en los placeres fragmentados.

Antiguamente los trasatlánticos intentaban realizar eso. Eran palacios flotantes donde en todo momento se ofrecía un pequeño placer. Entonces, salones magníficos en los cuales mozos servían helados, bebidas, sándwiches, etc. En uno de esos salones se tocaba música, en otro había juego, en otro había no sé qué…

En la cubierta quedaban dispuestas unas sillas reclinables suficientemente largas para poder estirar las piernas, anatómicas, idealmente cómodas, con colchones de tapiz blando, en fin, todo era suave. Y cuando la persona se encontraba enteramente distendida, venía un empleado que hacía una zalamería y ofrecía, en una bandeja, refrescos según el gusto del cliente, que bebía aquello a tragos pequeños sucesivos mientras miraba el esplendor del mar.

Quedaba subyacente la idea de que vivir en un navío de esos, o en un mundo todo hecho de una suma yuxtapuesta de sensaciones agradables, era la propia definición de felicidad.

Diferentes aspectos de la Sainte Chapelle en Francia

Ahora bien, yo, que por temperamento y modo de ser tengo una enorme tendencia a apreciar esas cosas y a buscar la felicidad en ellas, estoy seguro de que, cuando me hubiere saciado con todo eso, me daría cuenta de que hay un vacío en mí que esas delicias no llenaron, pero que, si yo entrara en la Sainte Chapelle, diría: “¡Encontré la felicidad!” 

Extraído de conferencia del 21/8/1994

Notas

1) Para ver la descripción de Edward Burke sobre la Reina María Antonieta de Francia, haga clic aquí

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