CABALLEROS DE LA VIRGEN

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Acordaos de que mi Dios me ha dado a vos

¡Oh bienaventurado San Francisco de Sales!, verdaderamente santísimo siervo de Dios, amado y segurísimo guía de mi alma, don precioso de mi Dios; mi verdadero padre, digo, ¡mi dulcísimo maestro y ahora mi fiel abogado! Mirad nuestras necesidades y no permitáis que el corazón que Dios ha unido al vuestro pueda ser nunca desunido. Por tanto, acordaos que me habéis prometido que esta unión sería eterna; haced, pues, mi venerable padre, por vuestra santa intercesión, que yo sea tan fiel a la observancia de las cosas que me habéis enseñado que llegue a esa soberana unidad, de la cual gozáis tan gloriosamente, a fin de que con vos, y en compañía de la gloriosa Virgen y de los santos, pueda alabar, bendecir y amar eternamente al soberano Amado de nuestras almas.
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El sueño del rey

La inmensa llanura dorada, quemada por el calor del sol, comienza a cubrirse con el manto estrellado de la noche. Silencio… Sólo se oye el susurro de la hierba seca movida por el viento.
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¿Me tengo por justo?

El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola del fariseo y el publicano, narrada por el Señor a «algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás» (Lc 18, 9), es decir, a algunos soberbios. En ella, Jesús retrata a dos hombres que suben al Templo de Jerusalén a orar: un fariseo y un publicano.
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