CABALLEROS DE LA VIRGEN

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El sacramento de la confesión – ¿Jesucristo instituyó la confesión?

Al proclamar que la vida del hombre sobre la tierra es una lucha (cf. Job 7, 1), Job no hace más que recordar el férreo enfrentamiento que se libra en el interior de cada persona, en la elección entre el bien y el mal. Manchada por el pecado, la naturaleza humana se debilitó en extremo, de tal manera que es incapaz de practicar la virtud establemente sin la ayuda de la gracia y el esfuerzo constante.
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¿Por qué y cómo confesarse?

Judas Iscariote, al ver que Jesús había sido condenado a muerte, se dirigió al Templo para deshacerse del dinero espurio con el que había vendido a su Maestro. Cuando llegó, envuelto en tinieblas y dominado por la desesperación, dijo a los sumos sacerdotes: «He pecado entregando sangre inocente». Y aquellos pérfidos ministros se limitaron a responderle: «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!» (Mt 27, 3-4). Entonces, Judas arrojó las monedas al suelo, salió del lugar santo y se ahorcó.
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La causa profunda de todo mal

Conocer a Jesús crucificado es conocer el horror de Dios ante el pecado; su culpa sólo puede ser lavada con la preciosa sangre del Hijo unigénito de Dios hecho hombre. Quizá el mayor pecado del mundo de hoy es que los hombres han empezado a perder la noción de pecado. La sofocan, la adormecen —difícilmente puede ser arrancada por completo del corazón del hombre—, que no la despierte ningún atisbo del Hombre-Dios muriendo en la cruz del Gólgota para pagar la pena del pecado.
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El perdón divino y la Madre del abrazo

Santo Tomás de Aquino (cf. Suma Teológica. II-II, q. 30, a. 4) cuestiona si la misericordia es la mayor de todas las virtudes. De hecho, al repetir la exhortación de Oseas —«Quiero misericordia y no sacrificio» (Os 6, 6; Mt 12, 7)— pareciera que Jesús así lo indica.
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Preguntan los lectores

La Iglesia nos enseña que «todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por la ley divina a hacer penitencia». Así pues, «se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia» (CIC, can. 1249).
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