CABALLEROS DE LA VIRGEN

Artículos

Convirtámonos antes de que la puerta se cierre

Según la concepción contemporánea, la palabra bondad puede designar mil cualidades, excepto una: la seriedad. Y así se ha convertido en sinónimo de connivencia con el error o de voluntaria ceguera ante lo que ha de corregirse o advertirse. Ahora bien, en Dios ese concepto presenta un significado muy distinto… En el Evangelio del vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario, la bondad del divino Redentor nos llama la atención acerca de los momentos serios y decisivos que nos esperan con ocasión del juicio particular y el universal.
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¿Es lícito pedirle a Dios que nos libre de los sufrimientos?

La oración es intérprete de nuestros deseos ante Dios (cf. Suma Teológica, II-II, q. 83, a. 9). Sin embargo, ¿sería justo alimentar el anhelo de vernos libres de los sufrimientos de esta vida, permitidos por la Providencia para nuestro bien? ¿No deberían elevarse nuestras plegarias al trono de la Majestad divina sólo para que aceptemos la cruz con resignación? ¿O nos es lícito suplicar consuelo, curación y favores?
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Un hijo engendrado en la extrema ancianidad

En la Historia, hay almas especialmente amadas por Dios, a quien Él pide grandes sacrificios, uno de los cuales es morir sin haber visto el resultado de aquello que hicieron. A estas almas, sometidas a tan largas esperas y grandes perplejidades, la Santísima Virgen, a veces les obtiene favores de Dios que las reconfortan, en forma de presentimientos proféticos.
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Una necesidad humana

Hay personas para las que cualquier contratiempo es un desastre. Sin embargo, el adorable Señor Jesús elevó el papel del dolor en la vida humana a cotas inimaginables, pues lo convirtió en un elemento para que el hombre cumpliera su finalidad en su camino terrenal: configurarse con Cristo, nuestro Redentor, Modelo y Guía.
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