El confesor es el hombre externo y visible bajo el cual Jesús se oculta. Es el instrumento divino por el cual Dios quiere darnos su perdón, hacernos oír sus consejos y conocer sus prohibiciones. Es como un puente de oro por el cual nosotros vamos a Jesús y Él viene a nosotros.
Padre Luis Chiavarino
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Discípulo — Padre, estoy admirado con tantas cosas bonitas que oí hasta ahora sobre la confesión, sin embargo, a decir verdad, de mi parte, a pesar de confesarme frecuentemente hace ya algunos años, casi no he notado esos efectos admirables y extraordinarios
Maestro — ¿Quieres saber el porqué? Porque aquí, como en cualquier otro trabajo existen maneras diferentes de hacer las cosas. No basta confesarse con frecuencia, de cualquier manera y con cualquier confesor, es necesario escoger un verdadero padre y confesarse con él humilde y devotamente, comportándose como verdaderos hijos.
Discípulo — ¿Entonces, es de suma importancia saber elegir un buen confesor?
Maestro — ¡Es importantísimo! Así como para los negocios escogemos a personas de nuestra total confianza, también es necesario hacerlo cuando se trata de escoger al confesos; a él debemos confiar la santificación y la salvación de nuestra alma, que es el mayor y más importante de todos nuestros bienes
Discípulo — San Juan Bosco cuenta como fue bueno para él haber encontrado en su juventud a Don Calosso, su primer director espiritual y en sus memorias escribe: “Cada palabra, cada pensamiento, cada acción le era prontamente comunicada… De esta manera, él podía guiarme con fundamento en el camino de lo temporal y lo espiritual y yo mismo conocí lo que significa un verdadero guía estable, un fiel amigo del alma”.
Discípulo— ¿Padre, entonces están obrando mal los que buscan un confesor indulgente?
Maestro — ¡Muy mal! Obran peor que los enfermos que buscan un médico caritativo o un médico cruel que los engañe. ¿Te acuerdas del hecho de aquel infeliz que andaba gritando en el infierno: “Estoy condenado por no haber dejado la ocasión de pecado y este que me carga en su espalda es mi confesor que me absolvía a pesar de yo ser indigno”?
Discípulo — ¡Lo recuerdo muy bien! Usted no querrá decir con esto que uno no pueda cambiar de confesor, verdad?
Maestro — A pesar de ser excelente y muy aconsejable tener un confesor fijo, te digo:
1) Que no importa se lo cambiamos cada vez que las circunstancias lo exijan;
2) Que debemos cambiarlo cuando Jesus nos muestra que esa es su divina voluntad;
3) Es cien veces mejor cambiarlo antes que cometer un sacrilegio, por miedo, por vergüenza o por cualquier otro motivo
Discípulo — ¿Padre, la elección del confesor es libre?
Maestro — Es totalmente libre pero debe ser la más ajuiciada. Solo un santo puede formar santos.
Habiendo encontrado al padre, o sea, al confesor que nos conviene, debemos abrirle de par en par todas las puertas de nuestro corazón, para que nos pueda conocer bien y poco a poco cortar y extirpar con sus consejos o prohibiciones, todo lo que hubiese de malo en nuestra alma.
Sin embargo, tal trabajo sería imposible sin la máxima confianza y docilidad. Y para conseguirlo son necesarias tres cosas:
1) Una fe viva en quien es al que representa el confesor o pensar y creer que representa al propio Jesús
2) Gran pureza de intención, o sea, no tener otro deseo sino el de santificarse
3) Voluntad sincera de enmendarse, esto inclusive a costa de sacrificios.
Discípulo — Padre, tenga la bondad de explicarme estas cosas una por una. Antes que nada ¿quién es el confesor?
Maestro — El confesor es el hombre externo y visible bajo el cual Jesús se oculta. Es el instrumento divino por el cual Dios quiere darnos su perdón, hacernos oír sus consejos y conocer sus prohibiciones. Es como un puente de oro por el cual nosotros vamos a Jesús y Él viene a nosotros.
Tomado del libro, Confesaos bien, pp. 42-44
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